Las niñas y los niños no necesitan un flotador en las vertiginosas olas del mar, ellas y ellos son océanos enteros de un planeta llamado Tierra. Ésta es una catarsis para poder expresar abiertamente lo que veo y siento, compartiendo experiencias desde mi práctica como educadora y amante de infancias, en las cuales se reflejan las vicisitudes de la enseñanza, del aprender a enseñar.

Fotografía de Fernando Chuy

Antes de iniciar con mi expresión en letras, quiero compartir que soy amiga de las niñas y los niños, por alguna razón he comenzado a sentir desapego por las personas adultas, he comenzado a sentir desagrado por mi Ser entrado en años.

Para situar éste sentir tan hondo, comienzo diciendo que antes de ser profesora de preprimaria, he sido una niña que juega a las escondidas en los tubos de concreto de la calle cero. He sido  un manojo de crisantemos en medio de un cementerio que colapsa por la irracionalidad de la vida, ahora soy una tumba agrietada que busca salir a luz en una tarde de enero. La situación es que vida o muerte es lo mismo en una infancia sin paraíso.

Les hice las siguientes preguntas a mis estudiantes del grado de preparatoria, para  conocer su pensar y sentir en el cosmos de la vida y en el imaginario tierno y revolucionario.

Antes de escuchar las respuestas, mi yo adulterado vomitó una idea prematura de concepciones absurdas a las respuestas, queriendo favorecer una construcción previa interpelando el acto de la pregunta como una imposición patriarcal, y no como un acto reflexivo, de confianza mutua, complicidad y autocuestionamiento libre y autónomo.

Compartir de preguntas y respuestas.

  1. ¿Qué es un paraíso y cómo te lo imaginas?

La mayoría de las niñas y los niños lo  describen como un lugar hermoso, con paisajes, cascadas, aire fresco, árboles,  animales, arcoíris, flores, montañas,  un lugar en dónde se pueda jugar siempre, se puede comer helado…

  1. ¿Si fueras un ave cuál serías y a dónde irías?

Las respuestas más representadas fueron: un águila  y una paloma, aunque no puedo dejar desapercibida la respuesta del cisne, para poder nadar por un río muy grande y un halcón para poder volar sin cansarse.

Las palomas y águilas irían al bosque, campos, playas y parques, la mayoría dijo que le gustaría encontrar a su bandada y volar por los mismos lugares.

  1. ¿Cómo harías para poder escalar un árbol y llegar hasta lo más alto de su copa?

Volar porque soy un ave.

Brinco en un trampolín

Me vuelvo una ardilla.

Impulsarme con los pies

Saltar muy alto

Las respuestas rebosaron mi valija didáctica, ésa que no tiene ni un solo rollo de cartulina, pero sí una buena dosis de diálogo convergente.  Cabe resaltar que las preguntas parten de una ficción, pero en debate con la realidad, la cual sitúa al educando de preprimaria en la construcción de respuestas desde su imaginario, desde las ideas abstractas y los argumentos concretos basados en su entorno social y afectivo.

Carlos Medina Gallegos en su libro Gramática de la ternura, expresa que “Las niñas y los niños desarrollan la capacidad para crear universos y personajes, para construir objetos e historias significativas, para inventar teorías y discursos explicativos que tiene que ver con los saberes de las ciencias”. (Gallego, 2017)

¿No les parece lógico que un ave no necesita una escalera para llegar a la copa de un árbol?

El poder acompañar a la niñez, ha permitido adentrarme a una mente pensante y dialogante, comprendiendo la individualidad colectiva en cada aula presencial y virtual,  desaprendiendo prácticas imponentes, descolonizándome. No ha sido fácil dejar atrás años de la escuela tradicional, no es fácil romper el prístino ser y atosigar prácticas educadoras desleales. Pero lo que sí es necesario, es abrir las ventanas y dejar que parte de ese paraíso entre de nuevo en tu añejado ser, comprender que las aves, montañas y los ríos también tienen su propia historia.

Es por ello que cuando veo titulares en los periódicos que más de 38,000 niñas y niños abandonan la preprimaria, me enfado tanto que sólo quiero gritar en mi ventana que lo peor que le puede pasar a la niñez, es convertirse en adultos que embrutecen y anulan el camino, y lo peor que nos puede pasar a las y los adultos es dejar de creer que un día fuimos niñas y niños que restituyen el orden, que descubren por su propia cuenta la vida.

O cuando veo que se conmemora el día internacional de la alfabetización, lanzando aplicaciones que garantizan que el 90% de estudiantes mejoraran sus notas, sabiendo las situaciones socioeconómicas y las realidades desiguales que se vive. ¿No tenemos ya mucho con la educación bancaria y capitalista?

El 1 de octubre en Guatemala se conmemora el Día del Niño, históricamente sabemos que fue en la Asamblea General de las Naciones Unidades, en donde se instituye el Día Universal del Niño, sugiriendo a los gobiernos estatales que celebraran dicho día, el cual tiene como fin primordial promover los ideales y objetivos de la Carta, así como el bienestar de los niños del mundo.

Fotografía de Juanfran Macario

 

¿El cumplimiento de estos ideales sigue siendo una utopía o realidad?

Respondamos la pregunta con una mente pensante, sensible y dialogante, partiendo desde la realidad de los contextos excluidos y las historias de vidas de niñas y niños que cambian los lápices y cuadernos por un machete o un comal.  A pesar de los notorios esfuerzos por grupos organizados y sociedad civil por reivindicar los derechos de la niñez, aún se evidencia una notoria exclusión  de la agenda pública y la poca inversión en salud,  educación y protección,  indicadores sociales que arrojan datos alarmantes  los cuales sitúan a Guatemala como el tercer peor país para criar niñas y niños.

Hoy 1 de octubre me niego a celebrar el Día del Niño, como tradicionalmente se hacía en los centros educativos o en los parques de cada pueblo, me niego a seguir con una idea arraigada al capitalismo que lo único que busca es vendernos un sentimiento dentro de una “cajita feliz” para quien la puede pagar.

Hoy es un día para promover la cultura del diálogo, para pensarnos como individuos desde los colectivos, sentirnos parte del grupo que aún cree y lucha porque el paraíso no sea desigual. Reivindicarnos en conjunto por lo que un día fuimos y por lo que un día queremos ser.

Abrir las puertas de la comunidad, pueblo y ciudad, pero sin entregar las llaves.