Vista desde la cumbre del volcán Santa María, Quetzaltenango.

A eso de las once de la noche mientras subíamos el Santa María, un volcán ubicado en Quetzaltenango que tiene una altitud de 3772 metros sobre el nivel del mar. En el ascenso íbamos aproximadamente quince personas y ninguna conocía el trayecto con exactitud, pero confiábamos encontrar un camino bastante simple y en que no habría forma de perdernos.

Aunque llevábamos linternas, la visibilidad se complicaba por la neblina que rodeaba el volcán, mientras más subíamos, más difícil era la visión dentro de aquél bosque, hasta parecía una perfecta escena de terror, lo cual no era recomendable para novatos. Conforme las horas de ascenso pasaban, mi reloj marcó la una de la madrugada y fue en ese instante cuando comprendimos que estábamos perdidos dentro del bosque, en aquél enorme volcán.

La situación empeoró cuando empezó a llover en medio de la oscuridad. A lo que hay añadirle un frío intenso y el hambre que empezaba a atacar a algunos, hicimos varias paradas técnicas, ya que, aunque teníamos experiencia en volcanes, algunos estaban exhaustos y con sueño; después de 4 horas de caminata muchos se cansan y se preocupan, pero regresar no era una opción.

Los senderos son bastantes amigables, los montañistas que han subido anteriormente dejan una señalización muy buena y el camino es amplio y seguro, algo que se nos dificultó por ser de noche, pero más por distraídos. Esta ocasión era distinta y no íbamos a regresar, el camino no era el turístico, sino un camino inventado por jóvenes perdidos a las tres de la madrugada; pasamos por debajo de troncos enormes que estaban caídos, arrastrándonos en el lodo que había dejado la lluvia para no lastimarnos con las ramas y espinas por las cuales atravesábamos, la mochila en la espalda nos complicaba aquellos movimientos no acostumbrados; infinitos pensamientos golpeaban nuestra cabeza, “Ahora estaría en mi camita durmiendo” “Estaría mejor enchamarrado  que aquí” “¿Por qué vine?” entre otras quejas de algunos muchachos.

Como era muy tarde las piernas no daban, y el sueño se adueñaba de cada uno (algunos hasta querían llorar) decidimos acampar debajo de unos troncos que estaban entre caídos y trabados con las hojas. Ordenamos todo para cubrirnos del viento con un nylon que llevábamos, porque déjenme decirles que el viento y el frío son traicioneros cuando te quedas quieto a tal altitud, ¡Es Xela pues!, el fin no era solo cubrirnos del viento, sino de la lluvia que estaba avecinándose de nuevo, mientras, dos personajes de nuestro equipo decidieron seguir buscando el camino, les presté un silbato que llevaba para que nos avisaran cuando encontraran el verdadero camino hacia la cumbre.

Realmente estaba tranquilo y mantenía la calma, no había pasado ningún verdadero problema como para preocuparse de lleno y solo intentaba soportar el frío, algo para lo cual soy muy malo. Al final escuchamos el silbato, lo que indicaba que habían encontrado el camino, a punto estaban todos de dormirse y fue un momento fugaz de guardar todas las cosas y prepararnos para seguir subiendo, rápido me quité el pants y suéteres extras que llevaba encima, ya que la caminata me haría entrar en calor en instantes. Felices porque ya por lo menos íbamos seguros a la cumbre, seguía un sendero largo, pero hacia el destino esperado; o sea la cúspide del Santa María, ya podíamos soñar con el momento esperado de contemplar aquellas vistas desde arriba hacía la ciudad de Quetzaltenango, a otros volcanes cercanos como el Santiaguito, una belleza que aún está activa, (en Guatemala solo hay tres volcanes,Fuego, Santiaguito y Pacaya).

Llegamos a eso de las 5:15 de la mañana y la neblina permanecía, el viento era grotesco con todos, rápido armamos una carpa con capacidad para cuatro personas, el frío y el fuerte viento impedían armar una segunda carpa, así que casi quince personas estábamos en una carpa para cuatro personas, era eso o morir de hipotermia; el viento no cesaba ni la neblina que rodeaba toda la cumbre. Al final no vimos nada de nada y decidimos bajar poco a poco hasta volver por donde empezamos.

Este ascenso lo recuerdo con mucho cariño, aunque no llegué a ver desde la cumbre mayor cosa, la experiencia e historia que dejó esa primera vez en el volcán Santa María es inolvidable, demuestra la valentía y calma que una persona puede tener, el control sobre la mente, sobre el estrés, como en la vida cotidiana al enfrentarte con un monstruo de problemas, que no necesariamente corre peligro tu vida. Y el premio no era en definitiva ver el amanecer desde la cumbre, el premio radica en la conquista de aquella cúspide, el valor y esfuerzo que todos hicimos, y ese esfuerzo por lograr las metas no siempre es valorado.

Esa vez pensé “el volcán no se va a mover, podré subir otro día y contemplar un espléndido amanecer”; al igual que tus metas, no se van a mover de su lugar, podrás lograrlo otro día, en otro momento, como yo logré subir por segunda vez el volcán de Santa María, pero eso es otra historia.