FOTOGRAFÍA DE BAN VEL

Desconfianza y temor, los nuevos catalizadores sociales

El 11 de enero se cumplieron 2 años desde la primera muerte anunciada por COVID-19, lo que marcó el inicio de la pandemia, 3 semanas después la OMS anuncia una “emergencia sanitaria de preocupación internacional”. Desde ese momento el mundo se transformó, pero la pregunta es ¿ahora es un mejor lugar?

Nos debemos una mirada introspectiva y preguntarnos si íbamos por buen camino y esta piedra en dicho camino nos ha hecho mejores personas en lo individual y mejores personas en lo colectivo, es decir ¿somos una mejor sociedad?

Si volteamos la mirada hacia adentro ¿podemos decir que nuestra empatía creció? ¿O nos convertimos en unos huraños desconfiados de nuestro prójimo, al que le tememos incluso la respiración? ¿Qué hicimos durante este tiempo? ¿Crecimos hacia adentro? ¿Qué logramos durante este periodo? ¿Nuestra sociedad mejoró? Las respuestas seguramente serán diferentes según la óptica de cada persona, como dicen, “así como bailaron cuentan de la fiesta”. Seguramente en la mayoría ni siquiera existirá este ejercicio de introspección, todos preocupados por sobrevivir el día a día.

A partir de la cuarentena nuestro presente se detuvo, aquel ajetreo de hacer mandados, buscar el diario sobrevivir, nuestras relaciones, todo se puso en pausa y como en una película surreal pareció que deshabitamos el mundo y empezamos a vagar dentro de nosotros mismos, preguntándonos hacia donde nos llevaría esta situación.

El mundo tal como lo concebíamos dejó de existir, aunque nos esforcemos en entubarlo y mantenerlo vivo todo según lo recordamos, sin embargo, la realidad es que no somos los mismos ni nuestro mundo igual, todo cambió, aunque sea sutilmente. La costumbre de darnos la mano para saludar, el besito cariñoso de saludo, el abrazo a los seres queridos, todo se extraña y probablemente no regresará. La conciencia de nuestra fragilidad ante un microorganismo nos enseñó que primero es la supervivencia, después vendrá la socialización.

Al igual que al final de otras pandemias a través de la historia, vendrán cambios sociales y económicos significativos, algunos que ya se asoman, otros que están por llegar. Por de pronto, la vieja costumbre de parrandear y el “wipe” continúan vivas, la gente desesperada por entretenimiento y socializar básicamente ha hecho caso omiso de las precauciones.

Fotografía de Fernando Chuy

Este fenómeno solo se agudizará en los años venideros, al estilo de los “locos años 20” del siglo pasado, que al finalizar la pandemia de la “gripe española” vino un frenesí de diversión y esparcimiento, al darse cuenta, sobre todo los jóvenes, que la vida debe vivirse al momento. Dicho frenesí duro casi 10 años con todo y la prohibición de alcohol en los EE. UU. y que finalmente desembocó en la crisis del año 1929 y la consiguiente gran depresión, producto del alocado desenfreno de toda la forma de ver la vida, incluyendo la financiera. Esperemos que esta etapa no sea parte de la actual perspectiva.

Asimismo, se asomó ya una transformación respecto a la forma de ver el trabajo por las mayorías. En los países avanzados ya se detecta el fenómeno de LA GRAN RENUNCIA, situación mediante la cual los empleados han mostrado su desencanto con el sistema. ¿Hacer viaje de 3 horas al día en el tráfico para estar en un trabajo que no les da satisfacción? no gracias. El resultado inmediato es el aumento de los salarios con tal de mantener los establecimientos abiertos, sin embargo, en una encuesta reciente en EE. UU., el 83% de las mujeres no quieren regresar al trabajo sino hacerlo desde casa. Esto traerá como consecuencia que las oficinas estarán pobladas mayoritariamente de hombres, lo que a su vez traerá consecuencias con respecto a los avances de igualdad de género. Este fenómeno según mi criterio es imparable.

Al igual que después de la peste negra en la edad media, los artesanos y técnicos en general serán muy cotizados por sus habilidades. Como consecuencia del no querer retornar a un empleo que no les da satisfacción, lo que veremos es la saturación de micro empresas lideradas por artesanos para ocuparse de todo tipo de servicios. En los últimos años lo hemos visto con Uber, que dio la oportunidad de ganarse la vida sin depender de nadie. De nuevo este me parece es un fenómeno imparable.

La pregunta final es si en Guatemala veremos algún tipo de cambio social y laboral en beneficio de las mayorías o continuaremos con un sistema basado en la mano de obra esclava, expulsando migrantes y dependiendo de las remesas como sostén fundamental de la economía.

Veremos dijo el ciego…