Con el fin de los proyectos ideológicos y de nación, los partidos políticos comenzaron a aglutinarse alrededor de una sola cosa: el candidato. La simpatía, la comunicación política y el carisma personal le permiten a un partido dejar de lado el programa electoral. Siempre y cuando el candidato sea vendible, se le puede tocar a cada grupo el son que prefiera. Sin embargo, el que promete de todo nada cumple.
Otorgar un cheque en blanco a quien se autonombra moralmente superior es jugar a la ruleta rusa con la tiranía y nos ha llevado a perder los ideales constituyentes de 1985 al generarse una democracia de fachada, siguiendo las formas prescritas por la ley y sin embargo dejando totalmente de lado el espíritu de la misma.
Ya el Tribunal Supremo Electoral sacó la guadaña y advirtió a varios candidatos que no serían inscritos de continuar “promocionando su imagen”. El artículo 35 de la Constitución Política de la Republica claramente establece que: la libertad de expresión es ilimitada y que no puede ser coartada ni por la misma Ley Electoral y de Partidos Políticos. Esto anuncia el principio de lo que se ha llamado un fraude “light” y gradual al prohibir la participación de ciertos candidatos o partidos que le sean incómodos al sistema, pero debidamente siguiendo la ley y llevando a cabo las elecciones que, al final de cuentas, ni serán legitimas ni representativas, pero sí legales con el resultado de no respetar la voluntad de las mayorías.
De esta manera se ha instaurado una democracia de fachada donde los gobiernos electos ilegítimamente, pero legalmente acuden entonces a una legitimación corporativa apoyando su discurso con el beneplácito de las cámaras patronales, las iglesias, el ejército y los partidos políticos cómplices. Lo que da como resultado un predominio inusitado del poder Ejecutivo sobre los demás poderes del estado. La constitución del 85 le otorgó mucho poder al Congreso como una reacción ante los excesos de las dictaduras militares, sin embargo, el predominio de la presidencia de la república se vuelve a manifestar convirtiéndose en el gran titiritero, aunque la base de la subordinación sea de una naturaleza completamente distinta.
Hay dos nuevos ingredientes que han ayudado a potenciar dicha figura cuasi dictatorial, el alineamiento del Organismo Judicial como parte de la lucha política desde hace algunos años, abriendo nuevos espacios para la persecución de los incómodos y como segundo ingrediente el uso del presupuesto del Estado como medio para comprar lealtades, beneficiando en forma directa a los aliados.
Frente a esta situación estamos como en un partido de futbol sin árbitro, ya que la credibilidad del árbitro (el Tribunal Supremo Electoral”) está en entredicho. Como una consecuencia de las famosas comisiones de postulación, están llegando a las instituciones garantes del orden democrático, personas que para lograr su elección ante dichos entes deben comprometer su independencia y autonomía. Del tribunal electoral original que permitió la reforma política de los años 83-85 no queda nada. Hemos llegado al colmo que el presidente de dicho tribunal falsificó un título universitario de doctorado, hecho confirmado por la propia universidad que supuestamente le otorgó el título. ¿Tuvo esto alguna consecuencia? Pues no… allí sigue.
Es imperativa una reforma profunda a la Ley Electoral y de Partidos Políticos. No es posible que existan barreras arbitrarias para la participación electoral. Fue el espíritu de nosotros los Constituyentes firmantes de la Constitución Política de la Republica en 1985 que la libertad fuera absoluta. Además, redactamos la primera Ley Electoral y de Partidos Políticos con el mismo espíritu. No es posible que ahora un ente electo con dudas sea quien determine si alguien puede participar o no y tampoco que esté en las manos de ellos el determinar qué espacio puede pautar para darse a conocer y cuándo y dónde. Esto parece una correa amarrada al cuello de los candidatos, que si se salen de las expectativas son castigados con la no inscripción y la no publicidad.
Ni qué decir de la capacidad de denuncia que la nueva ley les otorgó. Se le dieron dientes para poder controlar el proceso y resultó que los dientes los usan para morder a quien no les gusta!