La dictadura está de moda en estos tiempos, o siempre lo ha estado. Las ideologías situadas en polos opuestos nunca se habían acercado tanto al pensamiento dictatorial como ahora, o no se percibía así porque los oprimidos son los últimos en enterarse de que lo son.

Ilustración de Nongratto
Pese a que la historia suelen escribirla los vencedores según su propia narrativa, es innegable que toda dictadura tiene fecha de caducidad y casi siempre da paso a una dictadura contraria a la precedente como resultado de la manipulación emocional de la opinión pública, intensificada por las redes sociales y los medios de comunicación creados por los gobiernos con ese fin. La estrategia es convencer al ciudadano de que sus derechos están siendo violados por otro grupo que intenta imponer su ideología en contra de las normas de comportamiento y creencias tradicionales arraigadas en el subconsciente colectivo que son parte de su identidad.
Se cree que los ciudadanos poco instruidos tienen más propensión a caer en el engaño de la posverdad, sin embargo, el ser humano es emotivo por naturaleza y no son pocas las mentes brillantes que abrazan teorías de la conspiración con ahínco. La opresión como estrategia para someter a los grupos sociales menos favorecidos o tradicionalmente maltratados está dando frutos en favor de las élites privilegiadas.
Guatemala es un país de tradiciones arraigadas, de gente sumisa y poco proclive a la defensa de sus derechos, en consecuencia, resulta más fácil oprimir y obtener privilegios cuando se tiene el poder de ejercer violencia institucionalizada, abusar del desvalido o someter a subordinación mediante el adoctrinamiento social del individuo. Quienes hoy ostentan ese poder coercitivo del Estado, gastan millones en difundir la narrativa del patriotismo, la libertad y la sobrestimada soberanía que a diario mancillan vendiendo nuestros recursos naturales a empresas extranjeras a cambio de una limosna o comisión envuelta en alfombra mágica.
Entre otros ejemplos de opresión voluntaria podemos mencionar el sometimiento a la doctrina militar que los altos mandos ejercen sobre los miembros de menor rango. Ser obediente y no beligerante es parte de esa estrategia que busca impedir que se subleven. Por su parte, la doctrina religiosa apacigua al feligrés y emite una serie de mandamientos, ritos y normas de comportamiento para mantener el control de un conglomerado que actúa con base en emociones dictadas por una élite religiosa privilegiada. La interpretación de los evangelios es utilizada para manipular las débiles mentes de quienes voluntariamente se someten a los dictadores religiosos a quienes entregan el producto de su trabajo a cambio de la promesa de salvación y vida eterna para su alma pecadora.
Pocas personas son capaces de reconocer que son manipuladas y, por tanto, oprimidas dentro de ese esquema de sometimiento a las restricciones sociales, los designios divinos, el temor a la venganza de los poderosos o por simple conformismo. Las élites dominantes son implacables en contra de los que considera subordinados. Cualquier intento de sublevación es una afrenta que debe ser desarticulada de inmediato ya sea de forma violenta o enmascarada en mensajes subliminales al estilo de la serie de televisión El juego del calamar, en donde lo que parece voluntario en realidad no lo es.
La sumisión ancestral, el voto emocional o interesado, las falsas promesas, la manipulación mediática, los líderes sindicales y los profetas vendidos son meros engaños que utilizan los opresores para obtener privilegios, profundizar la discriminación y subyugar a grupos de personas que han sido despojadas de su dignidad y de sus derechos, luego de ser influenciados de manera deliberada para servir al poderoso de turno.

Fotografía de Esteban Biba
La estrategia de la opresión no posee ideología. Se ejerce porque le damos poder en las urnas a un grupo de pícaros para que gobiernen el país, no para ser súbditos. El artículo 141 de nuestra Constitución Política está siendo violentado por los tres Organismos del Estado pues claramente existe subordinación entre ellos, lo que nos pone en riesgo de una dictadura. La defensa de esa soberanía -la verdadera-, radica en el pueblo. Ante esa potestad, los opresores tiemblan.