El título no es un elogio a cierto partido que se ha fragmentado y está muy lejos de ser una esperanza de algo bueno para el país. En contrario, hoy más que nunca tenemos nula esperanza de que se produzca un cambio genuino en el rumbo del gobierno; de ajuste, estamos más desunidos, desorientados y enfrentados.

Fotografía de Ban Vel
Hablar de instituciones cooptadas, manoseadas, o cualquier adjetivo que se nos ocurra ya no es novedad. Lo sabe el mundo entero pero, por más que se pronuncien, no tienen el poder de cambiar el curso por el que nos conducen estos individuos sin escrúpulos.
Lo único cierto es la incertidumbre que nos produce encontrarnos con un gobierno a la deriva, en manos de saqueadores y con la certeza que, quede quien quede, será más ladrón, menos democrático y mucho más populista que el anterior.
Dicho lo anterior y pese a la desesperanza que embarga a la mayoría de los electores que no tienen por quién votar, yo me sumo a los que creemos que es mejor hacerlo por una opción que llene -medianamente- nuestra expectativa, a emitir un voto nulo o en blanco. No encontraremos candidato ni partido perfecto, por tanto, elegir se nos hará cuesta arriba. Aun así, el ejercicio de nuestro derecho debe conducirnos a un fin, que es llevar una mayoría de diputados al Congreso que responda a las peticiones más urgentes para una población empobrecida que necesita servicios básicos, atención en salud y una educación eficiente.
Es necesario enfatizar que cada papeleta cumple una función distinta y que un llamado a votar nulo o en blanco no es eficaz cuando se vota por el alcalde de una localidad. Nuestro candidato favorito puede aparecer en la papeleta junto al símbolo de partidos que no son de nuestro agrado. Muy al contrario, votar por el listado nacional de cierto partido puede conducirnos a votar por personas indeseables.
No hay mejor manera de deshacer el entuerto que el voto cruzado. Para que el voto consciente sea efectivo debe ser un voto informado, lo que es casi imposible por las restricciones contenidas en la Ley Electoral y de Partidos Políticos. La pregunta del millón es, ¿por quién vamos a votar? Y la respuesta sigue siendo: por el menos malo. Por supuesto que esa respuesta nos deja insatisfechos. De ajuste, añade otra duda que tampoco tendrá una respuesta aceptable.
Como colofón, el TSE dispuso inscribir a la lacra de Manuel Baldizón y negar inscripciones a Thelma Cabrera y Roberto Arzú con argumentos que no se han aplicado a otros candidatos. Inscribir a Baldizón y dejar fuera a Thelma por un asunto claramente dirigido a impedir la participación de Jordán Rodas, era un error de consecuencias futuras impredecibles. Tuvieron que dar marcha atrás.

Fotografía de Ban Vel
A pocos días de que se cierren las inscripciones, la esperanza de un cambio radical en la forma de hacer política y en la capacidad para gobernar se desvanece. Las propuestas no se conocen, los candidatos no han tenido tiempo de plantear soluciones y eso nos obliga a elegir de forma apresurada o emocional. En definitiva, el próximo gobierno será más de lo mismo, de eso no hay duda.
De acuerdo a la proyección que los analistas hacen sobre los resultados del proceso electoral, el ganador o la ganadora no será incómoda para las élites. Bailará al son que le toquen y repartirá contratos entre sus financistas, es decir, será más de lo mismo hasta que el pueblo reviente.
Podría parecer un contrasentido invitar a los votantes a ejercer su derecho en estas condiciones, sin embargo, no ejercerlo es claudicar y arrodillarse ante el poder de los grandes financistas y las mafias que por décadas han manipulado a su antojo las elecciones para que el gobernante de turno les obedezca.
Si, nos encontramos frente a un conflicto difícil de resolver. Se vale no estar de acuerdo, pero no se vale dejar que el país se vaya por el desagüe.