La soberanía radica en el pueblo y el poder proviene del pueblo, por tanto si el soberano, el pueblo, decide no otorgar el mandato con votar nulo el candidato debe entender que el pueblo no confía en él.
Ya a las puertas de la apertura legal de la campaña nos enfrentamos a una situación de desconfianza generalizada, tanto de los candidatos como de las autoridades encargadas de garantizar la pureza y transparencia de las elecciones.

Fotografía de Jeff Abbott
¿Pero qué opciones tiene el votante?
El voto nulo es la única opción legal y pacífica para decir que estamos hartos de la degradación del político y del sistema. Candidatos con pedido de extradición, con procesos legales abiertos en arresto “domiciliar”, habiendo servido condena por narcotráfico y para colmo de males con un Tribunal Mínimo Electoral y no Supremo ya que su papel ha sido reducido a la recepción de expedientes puesto que la verdadera decisión la toma la Corte de Constitucionalidad, con el agravante que dicho Mínimo Tribunal está compuesto por personajes que fueron capaces de falsificar títulos universitarios. ¿Así quién puede confiar en ellos?
Las expresiones de desaliento y desesperanza se multiplican ante la imposibilidad de enderezar las cosas ya que en lugar de escuchar, los políticos insisten en imponer candidaturas cuestionadas, unas mediante la extralimitación de los requisitos constitucionales y otras mediante la maliciosa inobservancia de los mismos requisitos, según sea el candidato “consentido” o no del sistema.
¿Cómo hacemos valer nuestra desconfianza?
El voto nulo da la opción que masivamente la ciudadanía diga no al sistema y obligue a repetir las elecciones. Aunque la ley no obliga a cambiar candidatos es mi postura que no hay un político que no escuche el clamor popular.
¡Vendría un terremoto político!
Ya lo vivimos en 1992 tras el autogolpe de Serrano Elías, vino la autodepuración de los políticos y la reforma constitucional de 1993. Sin embargo, esa “autodepuración” al final fue como podar buganvilia, volvió a crecer y con espinas por todos lados. Sin embargo, como ejercicio democrático fue aleccionador y los errores cometidos entonces no se deberían repetir.
Si sumamos el abstencionismo, el voto blanco y el voto nulo es sorprendente darnos cuenta que 6 de cada 10 guatemaltecos no le dimos el voto a ninguno.

Fotografía de Jeff Abbott
¿De qué legitimidad hablan entonces los políticos?
¿Dónde queda el supuesto apoyo popular que presumen tener?
¡Insisto, 6 de cada 10 no le dimos el voto a ninguno!
Sin embargo, un enorme porcentaje de la población deja su papeleta en blanco y esto no tiene ningún efecto legal ni político. Mejor no llegaran a votar. El voto blanco no es voto nulo. El voto nulo lleva una clara manifestación de anular, es decir que se muestre claramente la intención que no votar por ninguno y que la papeleta quede anulada. Para lograr este efecto es necesario poner una X gigante, un circulo o si así lo siente el votante una palabrota. Es entonces que tendremos un voto nulo.
Y no se dejen manipular por las voces del sistema que ya iniciaron una campaña para querer convencernos que el voto nulo no vale. El propio Tribunal Electoral ya lo especificó: ¡los votos nulos se contabilizarán como votos válidamente emitidos por lo que su efecto legal es total!