Estados Unidos, no cesará en sus intenciones de apoderarse de las reservas de petróleo más grandes del mundo, propiedad de Venezuela. Donald Trump, en julio de 2017, declaró que: «Venezuela es el país donde deberíamos hacer la guerra. Ellos tienen todo ese petróleo y están en nuestra puerta trasera». Trump, se inclinó por una salida militar para destituir al presidente Nicolás Maduro, y apoderarse del petróleo venezolano, colocando un gobierno entreguista, que se ajuste a sus planes. Con ese propósito, Juan Guaidó, fue impuesto por los norteamericanos y proclamado “presidente Interino” de Venezuela, el 23 de enero de 2019. Desde ese momento, se montó un plan para desconocer la legitimidad del presidente Maduro, utilizando a Guaidó para cambiar el régimen venezolano.
EE. UU. ha generado una campaña de desgaste y desprestigio a nivel internacional aplicando la Guerra Psicológica, en toda una manipulación mediática. En esa dirección, ha utilizado todos los medios de comunicación masiva a su alcance y ahora las redes, divulgando gran cantidad de mentiras sobre el régimen de Maduro mientras exalta la figura de Guaidó. Pero las agresiones no quedan en desinformación, han aplicado tácticas de bloqueo económico y comercial, pero también han llevado a cabo incursiones armadas, cuyo propósito consiste en sabotear la economía y generar condiciones políticas para un supuesto levantamiento interno. Estas intervenciones mercenarias pagadas por EE. UU., fueron desarticuladas por las fuerzas de seguridad y defensa venezolanas.
Los argumentos de Trump para intervenir en naciones estratégicas y arrebatarle sus recursos, son una constante en la política exterior norteamericana: el recurrente fantasma del fraude electoral; la existencia de una supuesta dictadura impuesta; la necesidad de luchar por la libertad y la democracia; las grandes violaciones a los derechos humanos; los crímenes de Lesa Humanidad contra la población, etc. Todo, para justificar su injerencia y de ese modo legitimar la intervención norteamericana. Estas acciones no son novedosas ni nuevas, se han aplicado en otras naciones que poseen los recursos estratégicos, donde los norteamericanos tratan de arrebatarlos de cualquier manera, utilizando para ello fraudes electorales, golpes de estado y hasta la fuerza de las armas.
Alejandro Giammattei, antes de asumir la presidencia y alineándose al gobierno norteamericano, dijo a periodistas que rompería los vínculos con el gobierno venezolano. Aseguró que expulsará de Guatemala a los diplomáticos venezolanos del gobierno de Maduro. Insistió en reconocer a Juan Guaidó como presidente de ese país. Prometió que Guatemala llevará “una voz cantante” en el Grupo de Lima y en la OEA, para la aplicación de la Carta Democrática de este organismo. Tanto analistas políticos como miembros de la comunidad internacional consideraron esa prematura torpeza, como una falta de visión del mandatario, en un mal manejo de la política exterior, que a la larga se podría convertir en una violación al derecho internacional. El pasado 23 de noviembre Guaidó se solidarizó con el Gobierno de Giammattei, por “los ataques de grupos radicales”, criminalizando de esa manera las demandas sociales desde el 21 de noviembre en la plaza.
De manera directa, las presiones de EE. UU. están presentes en el alineamiento y el compadrazgo de Giammattei con Guaidó, como también, por la mediación de la OEA, orientadas en el aislamiento Venezuela del resto del continente. Ello, con el propósito de debilitarla, en el plano político, diplomático y económico, así como realinearla en las directrices de la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Algo similar sucedió en 1954 en Guatemala, cuando la OEA en pleno votó en contra del gobierno de Jacobo Árbenz.
Nicolás Maduro, recuperó el control de la Asamblea Nacional con un 67.6 % de los votos en las elecciones de este 5 de diciembre. Como una caja de resonancia de la cantaleta norteamericana, inmediatamente 16 gobiernos entre ellos Guatemala, se pronunciaron y aseguraron que ese proceso electoral carecía de “legalidad y legitimidad”. Hicieron un llamado a la comunidad internacional para que se uniera al rechazo de estas elecciones “fraudulentas” y apoyara los esfuerzos para la recuperación de la “democracia”, el respeto a los derechos humanos y el Estado de derecho en Venezuela.
Por el momento, el plan de desestabilización les ha fallado a los norteamericanos, entre otras causas, por la falta de autoridad y liderazgo político de Guaidó, por los nulos resultados, así como por actos de corrupción de su equipo, en la malversación de los recursos entregados por el gobierno norteamericano. Lo que, sí es evidente, es la fragilidad de la democracia en el continente, porque el Grupo Lima, que lidera la ofensiva política contra la Revolución Bolivariana, está constituido por gobiernos derechistas de los países que siguen las directivas del gobierno de los EEUU, y guardan un silencio cómplice sobre el bloqueo a Venezuela. En esa sintonía, Giammattei como Guaidó, interpretan al pie de la letra su papel de marionetas al servicio de las aventuras políticas de los EEUU. Y en el caso del presidente guatemalteco, su alineamiento, a pesar del desgaste político prematuro y sus políticas erráticas de gobierno, es uno de los requisitos para mantenerse en la presidencia. La pegunta es: ¿Hasta cuándo?