Guatemala siempre ha sido un país pobre y violento, sin embargo, no expulsaba a su gente sino hasta la década de los 90 del siglo pasado. Desde el final de la segunda guerra hasta los años 80, se registró un ciclo de crecimiento económico de alrededor del 5% anual y un 80% acumulado en esas 3 décadas. Sí existió movilidad social hacia arriba, el ascensor social se abrió a un 20% de las clases medias. Los últimos 30 años, sin embargo, han visto una expulsión masiva de connacionales, llegando al punto que uno de cada cinco guatemaltecos vive en los EE. UU., la segunda ciudad más importante de Guatemala esta en Los Ángeles en California.

 

¿QUÉ SUCEDIÓ PARA IMPULSAR LA MONSTRUOSA MIGRACIÓN ACTUAL?

Érase una vez la creencia que la educación era la llave de la puerta a la clase media, por este motivo nuestros padres invirtieron tanto en la educación de sus hijos, bajo la creencia que, dándole prioridad a la educación, garantizaban el futuro cómodo de sus descendientes. Sin embargo, a partir del gobierno privatizador de la segunda década de los 90, el sistema educativo colapsó en una larguísima agonía hasta llegar a lo que tenemos hoy. Un sistema escolar público fracasado donde el 90% de los maestros no aprueban el examen básico de matemáticas. Ni hablar del sistema privado, donde a excepción de algunos notables establecimientos, el resto básicamente se maneja con base en pagos de matrícula y este pago garantiza las notas de aprobado. Con el mismo resultado, 8 de cada 10 alumnos son analfabetas funcionales, es decir, saben leer y saben sumar, pero no entienden lo que hacen, así lo demuestra el resultado de los exámenes estandarizados.

Resultado: una sociedad llena de títulos donde el ser profesional no garantiza la movilidad social.

A partir de la década de los 80 se perdió el dinamismo económico y asomó la violencia política, expandiendo así la migración interna, de las aldeas a las cabeceras municipales y departamentales, migraciones básicamente motivadas por mejoras económicas y acceso a la educación. Las migraciones estacionales que hacían funcionar la matriz agroexportadora se debilitaron con el desplome del cultivo del algodón y se perdió el 75% del empleo industrial con la apertura al comercio exterior y la globalización.

La confluencia de la doble crisis, violencia política y quiebra económica, provocó un cambio estructural. El aparato productivo ya no fue capaz de absorber la fuerza laboral. Ya para el año 90, el 70% de la población sobrevivía en la informalidad, sin seguridad laboral de ningún tipo y la pobreza aumentó a los niveles pre-pandemia de 60%. Los salarios reales sufrieron un notable declive y como consecuencia, la desnutrición infantil se disparó a lo que es hoy el 50%, ya que, al no tener ingresos garantizados, los padres alimentan a sus hijos con “agua de maíz “en el mejor de los casos. Ni qué decir del efecto de la pandemia, que solo logró multiplicar los terribles indicadores.

Dadas todas las condiciones mencionadas, debemos aprovechar que Guatemala es el único interlocutor válido que queda en el llamado “triángulo norte” y que es nuestro país el que debería convertirse en el receptor de la mayoría de los $4 mil millones que está ofreciendo EE. UU.

El proyecto que mayor impacto tendría en el inmediato plazo es lograr que los EE. UU. vacune a los 40 millones de centroamericanos. El impacto económico que tendría el “volver a la normalidad” seguramente provocará un efecto más positivo y tangible sobre el bienestar de la población que cualquier otro tipo de proyecto, por muy ambicioso que fuera.

En el peor de los casos, se garantizaría que los migrantes que llegan a su frontera, no representen una amenaza sanitaria para su territorio, al estar libres del covid-19.