Guatemala, Nicaragua y Venezuela a oscuras y en dirección opuesta.

El proceso democrático y republicano en América Latina ha sufrido un grave retroceso en la última década, con la aparición de opciones autoritarias y marcadas por una corrupción profunda, mecanismo que logra unir a las élites políticas y económicas que medran los favores del Estado con fines de saqueo y expoliación rapaz.

Sin embargo, se ve una luz al final del túnel. El proceso chileno que llevó a una reforma total del Estado mediante la instalación de un Asamblea Nacional Constituyente, dominada por los jóvenes y las mayorías que nunca fueron beneficiadas por el sistema neoliberal implantado en ese país desde la dictadura de Pinochet, donde hasta el agua es al día de hoy un bien privado.

Con los resultados de la elección en Honduras, donde la participación de los jóvenes que al fin y al cabo son los que migran, dijeron basta. El pueblo hondureño teme más seguir subyugado por un sistema corrupto que enfrentar una renovación del sistema. Con un record histórico de 68% de participación popular, el pueblo hondureño le puso un alto al sistema de continuidad de corrupción y penetración del narco, dándole el beneficio de la duda a la esposa de quien fue víctima del golpe de estado hace 12 años. Un golpe que fue asumido por las élites del país como una victoria que los llevó a empoderarse de tal forma que hasta se vanagloriaron de haberlo dado sin consentimiento de los EE.UU., dando paso al periodo más oscuro que ha vivido nuestro hermano país. Este evento me hace recordar la “victoria” tras haber echado a la CICIG de Guatemala, donde los responsables envalentonados hasta presumen de estar en la lista negra de los EE.UU.

Los índices de violencia, represión, corrupción e impunidad se dispararon hasta ubicar a Honduras como el país más violento del mundo. Pasos tenebrosamente seguidos por Guatemala, donde el futuro se pinta oscuro, con balaceras en la vía publica todos los días, mujeres desapareciendo constantemente y represión contra los disidentes del sistema, aunque aún disfrazada y discretamente vestida de “procesos legales”.  En Guatemala no es necesario encarcelar al opositor para descalificarlo del proceso electoral, basta con “abrirle expediente” y el Tribunal Supremo Electoral ya no lo inscribirá como candidato.

La esperanza para nosotros se ve perdida cuando notamos que a raíz de eventos como el chileno y hondureño la respuesta del sistema político guatemalteco es “más de lo mismo”, al resucitar a viejas figuras famosas por sus desgastadas ideas como la pena de muerte o la bolsa solidaria, que nos intentan vender como la eterna solución, ya no digamos los grupos “pro-vida” que pretenden criminalizar el aborto mientras consienten la matancinga en las calles. Pareciera que a nuestros políticos no les interesa aprender ninguna lección de los errores cometidos en el pasado, parecieran estar empecinados en tropezar con la misma piedra, cosa que no sorprende a nadie pues ellos ganan tanto en el éxito como en el fracaso del proyecto, lo importante es la “comisión” para ejecutarlos. Con los mecanismos de rendición de cuentas, selección de beneficiarios, adjudicación de fondos y transparencia en un estado de opacidad e inefectividad histórico, se relamen la boca para manejar ellos a su sabor y antojo estos programas.

Es preocupante, sin embargo, la gran diferencia entre los hermanos chilenos y hondureños con lo que está sucediendo en nuestra patria. Acá a los jóvenes simplemente no les interesa. Esto lo afirmamos al estudiar el padrón electoral, donde los menores de 30 años constituyen el 40% de los posibles votantes, sin embargo, la mayoría de este grupo etario simplemente no está empadronado, y es más, un alto porcentaje ni siquiera su DPI ha gestionado, lo que se traducirá en un total ausentismo en las urnas en el próximo 2023, donde para complicar más aun la situación, los candidatos ya están siendo seleccionados y los “incómodos” ya tienen procesos legales para evitar su participación, al estilo nicaragüense, donde para curarse en salud, es mejor simplemente no permitir la participación, a arriesgar un resultado como el chileno u hondureño.

El llamado es a los jóvenes y sobre todo a los líderes que pueden influenciarlos, es necesaria su participación en la vida pública o de lo contrario el menú para las próximas elecciones será: “¿quiere morir de sida, de herpes o de cáncer?”