Hace dos años, en el marco de la conmemoración del 20 de octubre, la agrupación Revolución Juvenil, junto a Juventud CODECA, presentaron la propuesta de Asamblea Popular y Plurinacional Constituyente en el Centro Universitario del Suroccidente -CUNSUROC- donde fue bien recibida por algunos, pero no tanto por otros. Allí un docente universitario me mandó a callar cuando hice un llamado a dejar atrás la nostalgia de los buenos años de la primavera democrática (1944-1954) y sus logros celebrados como si de la panacea nacional se tratara y enfocarnos en trabajar por el presente y el futuro.

Fotografía de Esteban Biba
Aunque tengo la plena conciencia que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla, también considero que poco o nada se gana añorando los tiempos pasados, las luchas de otros dirigidas a solucionar problemas que se mantienen, los logros que han dejado de ser tales después de más de 60 años. Sobre todo, cuando se han convertido en el discurso de quienes quieren acercarse al poder desde la izquierda traidora, la dirigencia estudiantil corrompida o están acostumbrados a manejar un discurso lastimero ante la cooperación internacional a cambio de conseguir un trabajo vitalicio o becas en el extranjero.
En cambio, frente a nuestros ojos, millones de niños, niñas y adolescentes están viviendo una ignorancia forzada, muy lejos quedó aquel gremio magisterial dispuesto a dar la vida para mejorar las condiciones de vida y desarrollo de sus estudiantes, pues mejor tapaboca que las mascarillas ha resultado el pacto colectivo y los beneficios sindicales.
La vida me regaló la oportunidad de trabajar acompañando la organización de adolescentes en Suchitepéquez y eso me cambió para siempre, pues he aprendido a través de ellos y su sabiduría a bajarme de la torre de marfil y entender que no se pueden pedir peras cuando se han sembrado olmos, a saber, que con la orientación necesaria, la que no reciben en la escuela, los chicos y chicas pueden ser buenos ciudadanos, que pueden ellos asumir las responsabilidades que los adultos nos negamos a ejercer.
Hemos aprendido que los derechos humanos, más que letras muertas en convenciones redactadas con tecnicismos, son garantías sociales cuyo cumplimiento debemos exigir, pero además, he visto a las almas más jóvenes de mi círculo social, asumir la corresponsabilidad de cumplirlos autoformándose y proponiendo políticas públicas municipales que las autoridades municipales aprobaron pero se niegan a cumplir desde su adultocentrismo y politiquería, los he visto implementando proyectos sin un centavo de presupuesto y he temido por su integridad y sustento cada vez que plantan cara para exigir y auditar.
En función de lo dicho, hoy quiero hablar particularmente de un chico que empezó a organizarse cuando era un niño todavía, yo lo conocí cuando tenía 16 años y por eso, quedé admirada con su compromiso, entrega y constancia en los procesos formativos y de incidencia a los que es convocado. Además, nos ha regalado, a su grupo y a mí, las mejores reflexiones sobre la violencia de género que ejercíamos desde la invisibilización de micromachismos culturales.
Durante años, condujo un programa radial dónde abordaba temas relevantes para la crianza amorosa y respetuosa de los de derechos de la niñez y la adolescencia, también advertía a sus pares de la violencia y los riesgos a los que involuntariamente se exponen al acercarse a conductas y personas no recomendables. Sin embargo, el adultocentrismo le cerró esa puerta un día.
A pesar de eso, su deseo de cambiar la situación de la niñez y adolescencia en su municipio mutó hacia la educación popular, diseñando un diplomado cuyos talleres llevó a todas las escuelas donde le permitieron desarrollarlo, hoy que ese hombre cumple 22 años, nunca sabremos realmente cuantos abusos sexuales, matrimonios tempranos y embarazos adolescentes ha evitado gracias a sus juegos, carteles y los planes de vida que ha ayudado a construir.
Aunque a finales del año pasado perdió su trabajo, entre otras causas y ninguna justa, porque la coherencia le impidió firmar un documento dónde se le exigía al congreso de la República ratificar la iniciativa de ley 5272, aunque no haya podido ir todavía a la universidad, aunque viva en un municipio rural dónde la única opción de vida aparente es el corte de café en condiciones de semi explotación, Adolfo sigue buscando estrategias para integrar chicos a la organización comunitaria, sigue buscando como crear una casa de la cultura para su municipio bajo la premisa de que el arte nos enseña a pensar.
Ahora imaginemos si esa voluntad, ese pensamiento crítico y esa conciencia la tuviésemos los adultos que ostentamos alguna cuota de poder ejerciendo el magisterio, la docencia universitaria, los puestos municipales o de gobierno, un grado militar o una curul, ¡Cuán maravilloso no se perfilaría el futuro!
El verdadero fervor revolucionario no se mide en actos conmemorativos o protocolarios para recordar glorias pasadas, ese fervor se manifiesta organizándose, exigiendo, auditando, formando a otros, pensando estratégicamente y dejando que la integridad y la conciencia (mejor si es de clase) nos guíe.